Me gustaría contarte mi historia que quizá se parezca a la tuya.
Soy logopeda de profesión y ayudo a los demás por vocación. Una asturiana viviendo en tierras leonesas.
Siempre cuento que la logopedia me encontró a mi y no yo a ella, sin embargo, doy las gracias a aquellos nódulos que me robaban la voz porque así encontré una profesión que me permite dar rienda suelta a mi creatividad y vocación, mi Ikigai: ayudar a los demás.
Podría contarte una versión edulcorada y brilli brilli sobre como acabé metida en el mundo del autismo, pero yo no soy así.
Te cuento la realidad: no era un mundo nuevo porque me había picado el gusanillo mientras estudiaba en la universidad así que cuando me propusieron entrar de lleno en el puzle azul, abandoné mi trabajo como logopeda de ”un rincón mágico lleno de duendes” y llené mi mochila de ilusión y ganas. Durante años viví por y para el autismo, aprendí muchísimo de aquella etapa pero el monstruo “azul” me comió: nunca me sentía lo suficientemente formado, nunca había leído bastantes libros ni hecho los materiales perfectos para las sesiones.
Quería ayudar a las familias, con sus problemas reales del día a día y no tras cuatro paredes blancas, quería hacer las cosas de otra manera y como dicen los que me conocen: si se me mete algo en la cabeza es más fácil arrancarme la cabeza que quitarme la idea. Como suele suceder con la vida, en la montaña rusa que es, me llevó a una parada inesperada: la pérdida de una persona cercana.